miércoles, 22 de mayo de 2013

MALA FE EN DEFENSA PROPIA

 - Ricardo Haye, General Roca, Río Negro
Docente e investigador de la Universidad Nacional del Comahue. 

Esta mañana en el tren, ¿de qué hablaba la gente? ¿Sobre qué conversan
esos obreros municipales que cavan una zanja en la vereda de casa?
¿Qué tema tiene tan sulfurados a los cuatro jubilados que se juntan
cada tarde en la plaza del barrio?

¿Cómo se arma la agenda temática de la gente? Es decir, ¿de qué habla?
Y también: ¿por qué lo hace?, ¿desde qué marco teórico?, ¿cuáles son
las ideas/fuerza de sus discursos?, ¿qué “valores” o “disvalores” le
atribuyen a determinados hechos o personas?

Ante cada uno de estos interrogantes cobra relevancia la acción que
despliegan los medios de comunicación. Aun cuando no adscribamos a las
teorías que les asignan un poder omnímodo (y perverso) sobre las
conductas de la gente, negarse a ver sus intencionalidades resultaría
un hecho de ingenuidad inexcusable.

Expresado de otro modo, no postulamos el carácter absolutamente
manipulador de los medios, pero tampoco podemos ignorar un cierto tipo
de incidencia sobre la comunidad y sus formas de conocimiento
cotidiano. Esa incidencia se refleja en los modos de percibir y
organizar el entorno por parte de la gente, así como en la dirección e
intensidad de su atención (¿qué cosas le interesan?/¿en qué medida?).

La actividad comunicativa medial produce la jerarquización o el
relegamiento temático en virtud de su tarea selectiva. De este modo,
el fenómeno de la opinión pública se construye tanto por el libre
intercambio de sentidos fundado en la capacidad dialéctica de los
individuos cuanto por la presión ejercida desde los medios en términos
de la valorización/desvalorización que proponen.

Un viejo apotegma periodístico expresa que en la mayoría de las
ocasiones los medios no tienen éxito diciendo a la gente cómo ha de
pensar, pero continuadamente alcanzan los laureles diciéndole a su
público sobre qué debe pensar.

El proceso se logra a través de la presencia destacada, constante,
reiterativa, pública y masiva de ciertos temas, que terminan
instalándose en la discusión cotidiana de la audiencia. En definitiva,
la agenda pública está fuertemente prefigurada por el discurso de los
medios. Y, aunque resulte obvio, conviene alertar sobre los riesgos de
estos procedimientos, que pueden constituirse en recursos distractivos
o distorsionantes de temáticas genuinamente prioritarias.

Esto que históricamente ha sido así se reactualiza vigorosamente en
nuestro actual contexto. Por tal motivo aquellos interrogantes del
principio pueden prolongarse en estos del cierre: la machacona letanía
acerca de la situación del dólar, la violencia, la posible reforma de
la Constitución, ¿qué otros temas desaloja de la agenda?

¿En qué medida esa situación es paliada por el así llamado “periodismo
ciudadano” que, mediante Internet y las redes sociales, habilita
infinitos canales, aunque sin los recursos y el impacto masivo de los
medios tradicionales?

Y, por último, si el conflicto que atraviesa a la sociedad impacta en
medios y profesionales que, según quién juzgue, terminan siendo
caracterizados como “oficialistas” o “destituyentes”, ¿cómo podríamos
creer que no contamina también las intentonas alternativas
individuales?

En todo caso, parece necesario que rompamos con cualquier tutelaje
comunicativo, nos atrevamos a considerar los textos mediáticos con una
necesaria dosis de mala fe en defensa propia y nos lancemos a la
aventura liberadora de la interpretación propia y el pensamiento
autónomo.

 - Ricardo Haye, General Roca, Río Negro
Docente e investigador de la Universidad Nacional del Comahue. 

fuente:acá

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